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Soledad


Susana tenía una singular forma de ver la vida. Para ella, las personas eran una loca combinación, una especie de canción, que no puede existir sin el músico que la interpreta. Cada persona le hacía sentir de una forma diferente, definiendo sus emociones y su manera de ser. Y con esta conexión camaleónica, Susana reflejaba la máxima expresión de la dependencia humana. En su soledad, era el vacío, un ser desamparado que esperaba el milagro acuoso al final del desierto.

Ella veía la vida bajo un prisma de varios colores. Tildaba de hipócritas a aquellos que siempre admitían ser felices y miraban la vida siempre por el lado positivo. Para ella, tenía más sentido subirse a una montaña rusa y sentir todos sus altibajos. Esperando siempre un canto de sirena, mientras que a veces, inexplicablemente se echaba a llorar, creyendo así liberarse por dentro.

Terminada su carrera, había conseguido su primer trabajo. Otro tipo de responsabilidad que iba forjando los cimientos de su parte más adulta. Y ahora, sospechaba de una forma abrumadora, que en cada paso que daba, perdería un trozo de su juventud para siempre. Y toda su vida, a veces quedaba bloqueada por el reclamo de un nuevo ciclo vital, marcado por el amor y sus secuaces -el sexo, la lujuria, la excitación, la aventura- todo ello era lo que realmente le hacía feliz entre tantos proyectos de futuro.

Ante todo, Susana buscaría una y otra vez ese ansia de sentirse enamorada. Y su carrera, profesión y posición, palidecerán ante esta necesidad indomable de volver a sentir las mariposas, los pelos de punta, los besos, los nervios, la risa tonta... Llorará en su soledad, aceptando la tragicomedia de su vida, amortiguada por su libertad personal, sabiendo que en todo momento, podrá elegir aquello que le haga sentir feliz.

Sin duda, Susana representa en gran medida a muchas mujeres. Toda mujer quiere un hombre que le ayude a complementarse, y a guiarla hacia una entidad nueva que le ayude a evolucionar. Todo eso es muy gratificante cuando surge espontáneamente, pero no tanto cuando nace del miedo a la soledad y de las carencias emocionales más abismales.

Susana cree que la filosofía positiva es un invento para gente hipócrita, porque el ser humano es inestable por naturaleza y no puede mantener un mismo estado de ánimo constante. Tiene razón al pensar que nada es constante y todo sube y baja, pero se equivoca al pensar que muchas veces estamos abocados al sufrimiento de una forma inexorable.

Hemos nacido para estar en sociedad, por naturaleza huimos de la extrema soledad y nos volvemos gregarios. Así que, es comprensible que todos quieran a alguien a su lado. Pero cuando una persona no soporta su soledad, más allá de unas cuantas horas, es simplemente porque no está viviendo su vida, su realidad.

Cuando Susana estaba sola, su mente viajaba a otro lugar, recordando o anhelando, pero nunca sentía el instante presente. Perdía el contacto con aquello que le rodeaba, brotando de nuevo sus ansias de ser feliz. ¡Cuán rápidamente su vida se volvía árida y vacía!

Es posible que Susana nunca supere su miedo a la soledad, pero la única certeza es que volverá a enamorarse porque, como advierte un poeta latino: “Mañana amará quien nunca ha amado y quien ya ha amado, volverá a amar”.