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La maldición de los príncipes.


Creyeron que debían de encontrar el amor para ser felices, cargando con aquel sueño infantil, de que en alguna parte del mundo estaría su príncipe, que les diese ese beso con sabor a media naranja. Creyeron que la tarea más difícil de sus vidas era encontrar la felicidad, y que aquel príncipe se encargaría de ello. Pero terminaron ahogándose en aquel cuento de príncipes y sapos, sin ver más allá de su condenado egoísmo.


Comprendieron más tarde, que debían dar sin pedir nada a cambio. Aprendieron a contemplar el universo personal de quien tenían enfrente, sin ponerle esa capa azul que siempre se desteñía. Porque ya no caminaban por la calle con su vaso medio vacío, esperando a que alguien lo llenase. Consiguieron que ese vaso quedara rebosante, para que pudiesen bridar emborrachándose del verdadero amor.

 
Aquellas almas perdidas que chocaron sus copas medio vacías, se impregnaron con fríos cristales en el vacío de aquellas copas, que nada tenían y tanto pedían. Copas llenas de anhelos, sueños e ideales, que apenas podían sostener cuando estaban en soledad, mientras buscaban la luz en otras personas, para no ver las sombras que había en su interior.

Ningún príncipe vendría en su rescate. Porque el verdadero amor nunca fue una búsqueda, tan sólo es el premio. El premio a los que conquistaron su felicidad por sí mismos, y un día cualquiera, decidieron compartirla.