¿Recuerdas esa sensación de llegar a
un sitio sin que nadie te espere?
Nos pasamos la vida de un lado para
otro. Demasiada prisa, para recorrer los estrechos pasos hacia el
colegio, la universidad, el trabajo, el hogar, los lugares de
encuentro, las citas ineludibles... Distancias que, se hacen cada vez
más pesadas en nuestro mundo interior, donde brota la imaginación
que nos impulsa a salir de los caminos más anodinos.
Saldremos de la ruta establecida, para
no quedarnos dormidos sobre un colchón de resignación y
conformismo. Viajando a un lugar desconocido desnudaremos nuestra
alma, para volver a contemplar el suelo que pisamos, sin tiempos ni
esperas, sin patrones mentales que nos conviertan en autómatas.
Cada paso hacia el nuevo horizonte, nos
adentra cada vez más al interior de nuestro ser, donde se evaporan
viejos ideales y brillan nuevas emociones.
No es el lugar aquello que importa,
sino esa forma de ver las cosas, cuando nuestra mente se vuelve más
plástica, admirando la cotidianidad de un pueblo que nos regala la
emoción de la aventura. Y nos sentimos como nómadas sin rumbo,
navegando en el mar de las oportunidades.
Somos coleccionistas de emociones, con
una brújula en la mirada y un mapa en nuestra piel. Sin palabras
tenues ni hombros fatigados, el amor nos guiará por los senderos más
oscuros y los caminos infinitos, que dibujarán nuestra memoria.