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Horizontes


¿Recuerdas esa sensación de llegar a un sitio sin que nadie te espere?



Nos pasamos la vida de un lado para otro. Demasiada prisa, para recorrer los estrechos pasos hacia el colegio, la universidad, el trabajo, el hogar, los lugares de encuentro, las citas ineludibles... Distancias que, se hacen cada vez más pesadas en nuestro mundo interior, donde brota la imaginación que nos impulsa a salir de los caminos más anodinos.


Saldremos de la ruta establecida, para no quedarnos dormidos sobre un colchón de resignación y conformismo. Viajando a un lugar desconocido desnudaremos nuestra alma, para volver a contemplar el suelo que pisamos, sin tiempos ni esperas, sin patrones mentales que nos conviertan en autómatas.

 

Cada paso hacia el nuevo horizonte, nos adentra cada vez más al interior de nuestro ser, donde se evaporan viejos ideales y brillan nuevas emociones.

 

No es el lugar aquello que importa, sino esa forma de ver las cosas, cuando nuestra mente se vuelve más plástica, admirando la cotidianidad de un pueblo que nos regala la emoción de la aventura. Y nos sentimos como nómadas sin rumbo, navegando en el mar de las oportunidades.

 

Somos coleccionistas de emociones, con una brújula en la mirada y un mapa en nuestra piel. Sin palabras tenues ni hombros fatigados, el amor nos guiará por los senderos más oscuros y los caminos infinitos, que dibujarán nuestra memoria.

Conexiones humanas

Durante un tiempo, creí en la idea de alcanzar la eterna felicidad en la independencia emocional, luchando contra esa insoportable levedad del ser. Pero ni Übermensch, el superhombre de Nietzsche podría alcanzar tal propósito para lograr su climax emocional. El mecanismo de la pérdida persiste, resulta doloroso perder algo que quieres. Y el miedo aparece sin invitación alguna, para colarse en los momentos más inapropiados para aprender a amar.

Nadie nos ha enseñado a amar. El cariño y la protección que recibió aquel niño, era sólo un manto, muy distinto al verdadero Amor. Algo que se volvía cada vez más gris, en un mundo donde el sistema de aprobaciones era el máximo protagonista...

...Y aún lo sigue siendo.



Nadamos en un océano de almas y egos, que luchan para encontrar su hueco existencial, su camino hacia la eterna huella del éxito. ¿Pero dónde está ese camino? El camino es la gente que nos rodea. No está escrito en una fórmula, un papel, o un título. Ocho mil millones de personas son el mapa de nuestra vida.

Cada persona tiene un mundo que ofrecer, algo que enseñarnos para continuar el camino. No importa el final, porque después de todo, no estaremos ahí para contarlo. Lo que importa es conectar nuestras almas, sin esa opacidad que nos ha regalado la educación de este mundo asfaltado.

Pero, la soledad, a veces es necesaria. Sobre todo, al tropezar en ese camino humano, dando vueltas en círculos, como un satélite de alguien que ya no forma parte de nuestro ciclo vital. Porque la vida es una constante mutación, y si una pareja comparte nuestra vida, debe superar cualquier torbellino de las fases vitales. La pareja perfecta es aquella que avanza en la misma dirección y al mismo tiempo, pero como dos líneas paralelas, que jamás se cruzan.

Ellos sabrán amarse sin ser dos medias naranjas, siendo dos seres completos, pero alimentando algo que está escrito en su ADN, la dependencia emocional.


Somos seres dependientes, pero como reza el dicho que mejor describe la felicidad: “Vive y deja vivir”, porque no hay nada más excepcional que amar en libertad.