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Cruzar la línea

A menudo, algunos se preguntan si las personas pueden cambiar su forma de ser. Otros, se limitan  a pensar que somos un perpetuo producto de la infancia, condicionado por la huella genética; los más místicos lo atribuyen a un signo zodiacal o al espíritu de la reencarnación...


Para empezar, tengamos en cuenta la represión a la que estamos sometidos desde niños... Con ese sistema de aprobaciones y cánones sociales, ser uno mismo puede ser complicado; y más aún cuando los hábitos de pensamiento sólo giran en torno al empleo, los ingresos y el estado civil.


Pero, ¿Qué es lo que realmente hace cambiar a una persona?


Pensemos en la imperceptible línea que hay entre nuestra imaginación, lo que deseamos e idealizamos, y la realidad, que por contra, vivimos. Quizá no pudiésemos cruzar esa línea si sólo pensáramos en unicornios e hipopótamos voladores... pero sí lo haremos cuando abracemos todas las posibilidades que nos rodean con el mejor combustible que lleva el ser humano: la voluntad.


Cambiamos de forma positiva cuando somos plenamente conscientes que necesitamos hacerlo, que necesitamos evolucionar. Cambiamos cuando aquello que proyectamos en los demás nos golpea cual pelota de squash. Cambiamos cuando lo que nos rodea dista de nuestros deseos e inquietudes y nos quedamos atrapados en ese arcaico mundo. También cambiamos cuando perdemos cosas, como dijo el publicista Risto Mejide: "Crecer es aprender a despedirse".


Al perder aquello a lo que estábamos apegados, empezamos a escuchar el ruido que llevamos dentro, ese que nos hacía huir de la soledad o quedarnos dormidos con la televisión encendida para evitar estar a solas con nosotros mismos.


En esa soledad, donde aprendemos a escuchar mejor, se tambalean  antiguos cimientos, para empezar a construir un nuevo yo, capaz de mejorar el mundo, creando una vida auténtica en la más absoluta libertad.


Ser libres es saber soltar lastre, incluso desprendernos de aquello que aún queremos.


Por los momentos de calidad, llenos de belleza, curiosidad, bondad, ternura y éxtasis, merece la pena cualquier sacrificio de cambio personal. Al fin y al cabo, lo importante es vivir una vida que merezca la pena recordar. Y quizás algún día, mientras observamos a unos nietos revoloteando por el jardín, podremos contar las veces que dijimos `Adiós´ a esas personas que se convirtieron en el secreto de nuestra felicidad.