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Esclavos de libertad


Desde tiempos lejanos, las normas, leyes y principios que han marcado esta sociedad han sido casi una condición natural del ser humano. Convertidos en seres de hábitos, preferimos el calor del fuego cotidiano, a la incertidumbre de aquel nómada explorador, bajo la constante búsqueda de una confortable supervivencia.


Hoy quizá anhelamos una libertad perdida. En cierto modo, queremos ser aquel recolector que vagaba por el bosque explorando nuevos horizontes. Sin ataduras ni imposiciones, como niños corriendo libres.

Podemos pensar en los gatos, al ver como años de evolución junto al ser humano les han hecho buscar el calor del hogar pero sin renunciar a su instinto salvaje. Nosotros no somos tan distintos.


Probablemente nunca hemos dejado de ser niños, y constantemente surge el conflicto entre el confinamiento social y la libertad del espíritu soñador. 


Con la sensación de estar atrapados en un gran hermano y encadenados al tiempo, en ocasiones brotan las ganas de huir. Pero vivimos una dualidad, en la que el hedonismo también tiene cabida bajo el lecho normativo.


Resulta curioso, como algunos echan de menos su época en el colegio, siendo una de las etapas con más doctrinas y normas de nuestro paso por el mundo.


Todo sube y baja. Lidiamos con una vida cíclica, donde sólo es constante el cambio. Vemos que aquellos que se visten de nómadas, regresan más tarde, para volver al refugio del redil.


Cada vez es más evidente que, el Amor es lo que da sentido a este río de cambios, donde parece que lo verdaderamente importante es algo que llaman felicidad.

Quizá haya que replantearse el significado de las palabras libertad y felicidad. Simples etiquetas positivas, pero que han sumido en caminos de zarzas a los más inconformistas, que persiguen metas mientras se alejan de sí mismos.


Blanco, negro, gris, feliz, triste... Siempre presentes las etiquetas que, en cualquier momento podemos dejar a un lado; para darnos cuenta de que la tarea más importante es empezar a amar todo lo que nos rodea; sin importar el lugar o la compañía.


Abrazar unas creencias y aceptar unas normas establecidas, pueden aportar la misma libertad que el navío sin rumbo. Pues el espíritu de perro errante, quizá sea el camino más rápido para el valle de lágrimas. 


El pasado oscuro de Vime



El silencio suele reinar por las calles de Vime.
 Éste solo es perturbado por el tránsito de los escasos
 vecinos y algún visitante ocasional.


En la provincia de Zamora, se encuentra un tranquilo pueblo llamado Vime, donde el tiempo ha enterrado unos sucesos, cuyo recuerdo apenas se mantiene vivo, bajo el testimonio de unos pocos lugareños.


Al entrar al pueblo de Vime de Sanabria, notamos ligeramente el frío rastro del éxodo rural. Algunos gatos nos observan desde los derruidos muros de las casas abandonadas, que aún conviven con las que permanecen habitadas y luchan por mantener cierta majestuosidad y lucidez arquitectónica.


Al aproximarse al pórtico de la iglesia, nos fijamos en unas losas sumergidas bajo el césped. Examinando bien, nos damos cuenta de que se trata de unas tumbas celtas. Pisoteadas durante años por los feligreses que acudían a misa.






El cementerio celta


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 Las tumbas celtas, han pasado desapercibidas
 durante años, cual insignificantes piedras.
Se pone aún más de manifiesto, esta desidia hacia las culturas ancestrales, al encontrar otras dos tumbas celtas en perfecto estado, muy cerca de la iglesia, junto a un parque infantil.



Se trata de la tumba de un adulto junto a una segunda de menor tamaño, probablemente de un niño de corta edad. Las tumbas han sido usadas durante años como abrevaderos para el ganado. Siendo en la actualidad pasto de la más absoluta dejadez y abandono.





Una de las tumbas mejor conservadas. A escasos dos metros se sitúa la de menor tamaño, probablemente de un bebé.





Estas tumbas indican la posible existencia de un cementerio celta en el pueblo. Dada esta presencia, no es de extrañar que el pueblo fuese un asentamiento celta importante. 

Resulta complicado encontrar restos de este supuesto poblado celta. La memoria histórica y el respeto por las  antiguas civilizaciones, son conceptos que no ocupaban espacio en las mentes de los nuevos pobladores, más preocupados de evitar el hambre y el frío, mientras se ocupaban de sus cosechas y el ganado.


Por eso, en la mayoría de los pueblos, era una costumbre muy habitual reutilizar las piedras de antiguas edificaciones, para construir nuevas casas, cabañas, establos o cierres para sus parcelas.







La pandemia de Villargel

Uno de los sucesos más trágicos de la historia de este pueblo, fue la peste que asoló en el siglo XI a toda la población, quedando una única superviviente. El cólera se propagó rápidamente, provocando unos efectos letales.

Se dice que, algunos habitantes al sentir los primeros síntomas y ver el horror de aquella hecatombe, optaron por el suicidio.

En el pueblo, cuentan la historia de una joven de quince años que, cayó junto a un arroyo, en la fuente donde se situaba el lavadero. Por el agua fría u otro tipo de circunstancias, ella pudo recuperarse, siendo entonces la única habitante del pueblo.

Los pueblos árabes, tras su derrota y huida desde el norte, pasaron por el pueblo -por entonces llamado Villargel- encontrándose éste vacío, a excepción de la muchacha superviviente.


Los árabes se asentaron durante un tiempo, bautizando al lugar con un nuevo nombre, para olvidar aquella tragedia que había diezmado a todo el pueblo.


Esta joven acababa de convertirse en la primera habitante de un renovado pueblo de raíces árabes, llamado Vime.




Junto a la iglesia, un castaño milenario de imponente robustez,  fue plantado por los árabes, como símbolo del renacer del pueblo, tras la fatal pandemia. 








Las calaveras de Vime

En el año 2000, mientras se realizaban unas tareas de mantenimiento en la iglesia, se descubrieron tres calaveras al retirar el barro de la pared. Una de ellas conservaba la dentadura infantil. 

Estos descubrimientos fueron la prueba de uno de los episodios más oscuros de la historia del pueblo. Se cree que estos cuerpos emparedados son hijos de las monjas o las criadas de los curas.

Se conserva en la casa del cura, un pozo donde también pudieron ser arrojados aquellos bebés no deseados  que pudieran haber concebido.

Cabe mencionar que el cabildo de la iglesia era un antiguo cementerio.

En la actualidad, aún podemos ver incrustada en una pared, junto a la entrada de la iglesia, la calavera de un niño de aproximadamente dos años. Tras el hallazgo, el resto de cuerpos se enterraron cerca de la iglesia.

 



En el interior de la calavera vemos que ha anidado un pájaro, como una alegoría que muestra el inexorable ciclo de la vida y la muerte.







El lugar donde se pudo haber germinado esta macabra historia es el antiguo convento del pueblo, junto a la iglesia. Al lado del convento hubo una casa parroquial. Cabe mencionar que se denunció la desaparición de una niña de tres años, supuestamente devorada por un lobo.

Las monjas abandonaron el convento a finales del siglo XIX. Los frailes, después de la disolución del monasterio -cuyas piedras se encuentran en el actual monasterio de San Martín de Castañeda- vivieron en la parte alta del pueblo.


Esta historia envuelta en crímenes y pecados lujuriosos, pone en relieve la condición animal de algunos humanos.


Ese impulso animal, cruel y salvaje; la protección de la buena imagen eclesiástica, prevalecieron frente a la misericordia y el voto de castidad.


Una singular talla, bajo el alero de la iglesia de Vime.










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