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La belleza del diablo

Todos los días, ella camina por una calle que jamás ha contemplado. Allá va con su perentoria prisa, como un heraldo del sistema que otros han impuesto. Sus planes futuros se inmiscuyen en el presente, mermando esa satisfacción que nace en el recoveco de su mundo interior. Su rostro conserva la quintaesencia de su afán particular: trabajo, consumo, deseo, conquisto, pienso, amo, espero, insisto, retengo, cedo, anhelo, pierdo, desprecio, muero, escondo, quiero.

Nunca se detiene, pues la vida es corta y su corazón no le ha dado ninguna tregua. Su atinado instinto sabrá guiarla en el momento preciso. No sin antes hundirse bajo la destrucción de la tormenta, que pronto mostrará lo lejos que siempre estuvo del libre paraíso. Entonces el torbellino pondrá a prueba uno de los actos más poderosos que pueda realizar un ser humano, volver a su centro interior, con la calma de un desierto, viendo el mundo en un grano de arena.


La destrucción de su caparazón podría mostrar un nivel suprahumano. Sin el pecho de bronce, forjado desde la infancia, que oculta su verdadera esencia. Pero siempre ha dejado esa reminiscencia con la que aún puede atisbar una luz capaz de liberar su espíritu.


Cuando su espíritu sea libre dejará de discernir entre el bien y el mal. Sin que su conciencia quede supeditada a su cuerpo. Pues todo forma parte de una misma energía, como bien dijo Shakespeare: “Nada es bueno o malo, sino que el pensamiento es lo que hace las cosas buenas o malas”.


Sólo bajo ese infinito podrá alcanzar la emoción que atrapa el tiempo en un momento eterno, donde el vacío de la Nada y la inmensidad del Todo podrán darse la mano, para ofrecer el destino más increíble.


Sola, o junto a él. Llegará el día, en el que pueda caminar despacio y firme, por el “carnaval de la calle”, sin la belleza del diablo, que sólo muestra la hermosa cubierta de su caparazón. Ese arcaico escudo, que una niña hace años decidió ponerse, al ver que aquel mundo consistía en un juego de aprobaciones, donde su espíritu debía permanecer oculto ante la taimada atención del resto de seres.


Al desprenderse del caparazón, su ego vivirá y morirá en aquel espejo. Su mejor maquillaje será esa luz que brille en sus ojos, un color de alegría en su rostro y una sonrisa dibujada en sus labios, para rematar la belleza más sublime.