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La maldición de los príncipes.


Creyeron que debían de encontrar el amor para ser felices, cargando con aquel sueño infantil, de que en alguna parte del mundo estaría su príncipe, que les diese ese beso con sabor a media naranja. Creyeron que la tarea más difícil de sus vidas era encontrar la felicidad, y que aquel príncipe se encargaría de ello. Pero terminaron ahogándose en aquel cuento de príncipes y sapos, sin ver más allá de su condenado egoísmo.


Comprendieron más tarde, que debían dar sin pedir nada a cambio. Aprendieron a contemplar el universo personal de quien tenían enfrente, sin ponerle esa capa azul que siempre se desteñía. Porque ya no caminaban por la calle con su vaso medio vacío, esperando a que alguien lo llenase. Consiguieron que ese vaso quedara rebosante, para que pudiesen bridar emborrachándose del verdadero amor.

 
Aquellas almas perdidas que chocaron sus copas medio vacías, se impregnaron con fríos cristales en el vacío de aquellas copas, que nada tenían y tanto pedían. Copas llenas de anhelos, sueños e ideales, que apenas podían sostener cuando estaban en soledad, mientras buscaban la luz en otras personas, para no ver las sombras que había en su interior.

Ningún príncipe vendría en su rescate. Porque el verdadero amor nunca fue una búsqueda, tan sólo es el premio. El premio a los que conquistaron su felicidad por sí mismos, y un día cualquiera, decidieron compartirla.

Res, non verba.

Somos dueños de lo que callamos, y esclavos de lo que decimos. Una sola palabra podría herir más que una espada o ser tan fútil como el ruido de una ciudad. Por costumbre, uno habla más de la cuenta; tal vez para huir del silencio o del propio ruido que hay en su cabeza. A veces, las palabras son como las notas torpes esgrimidas por un instrumento -nuestro cuerpo- que trata desesperadamente de tocar la canción que uno lleva dentro.

Las palabras se contaminan rápidamente, volviéndose huecas y vacías, cuando intentan construir espacios que sólo pueden ser alimentados por el silencio y el paso del tiempo, donde los hechos serán los únicos protagonistas.

Pero hay palabras que pueden cautivar. Son las que salen sin disfrazar nada, cuando son la música que acompaña a los hechos, cuando el que habita detrás de cada una de ellas es el corazón.

Indestructible.

Con la mente paralizada por un auténtico bombardeo hormonal vivía junto a ella, soslayando sus defectos e impurezas, bajo aquel chisporroteo químico del amor más ferviente. Porque el enamoramiento tiene esa capacidad tan misteriosa de que, dos desconocidos al encontrarse, se vuelvan indispensables el uno para el otro, siendo la persona amada un prodigio de ser, capaz de transportarle hacia un nuevo mundo lleno de liberación.

La mayoría de la gente no cambia mucho en su edad adulta. Pero quien se enamora se vuelve de una forma plástica, fundiendo su mente, cual metal en el fuego. La tormenta emocional cambiará la forma de ver y de sentir el mundo que le rodea, emergiendo desde lo más hondo de su interior una energía creativa capaz de remover todo su ser. En ese momento, las imperfecciones de la otra persona son aspectos que la hacen única y la envuelven en una exclusividad, convirtiéndose en algo perfecto para el que ama. Puede resultar una verdadera transfiguración de la realidad. Pero, ¿No es esta realidad un punto de vista completamente subjetivo?

¿En el amor, quién es perfecto realmente? Si todo se amolda a ideales y sueños, que cambian con el tiempo, haciendo que esa perfección pueda desvanecerse, para dar paso a nuevos deseos y otros horizontes que marquen una dirección distinta. Cuando la primera nube de pasión desaparece, miles de parejas se separan, porque aquellos aspectos que ayer se pasaban por alto, hoy pueden corroer. La atracción física y la química personal son determinantes en una relación. Pero hay algo realmente importante que nunca es transitorio y efímero como ocurre en el enamoramiento. Es esa amistad, una complicidad y un sentido de compañerismo profundamente arraigados. Al fin y al cabo, tras cuarenta o cincuenta años de vida en común, en la pareja de ancianos poco prevalecerá el deseo erótico o la pasión febril que años atrás los mantenían indestructibles.

Así, la amistad se convierte en la gran aliada del verdadero Amor. La única que rescatará a dos enamorados que se han caído de la nube, y comienzan a sentir el frío suelo de una emoción menos ebria.

Las estrategias bien elaboradas pueden servir para atraer a una persona. Pero de nada servirán, junto con esas fingidas actitudes, cuando uno quiere emparejarse y vivir con esa persona el resto de su vida. Aunque no nos engañemos, porque todo cambia constantemente, y la persona que nos acompañe hasta nuestro lecho de muerte tendrá que vivir bajo la latente evolución. Hoy pueden ser la pareja más feliz y mañana estar abocados a la ruptura más sangrante o al simple desvanecimiento del Amor. Él, ella y el nosotros evolucionan juntos. Puede que a un ritmo distinto y de una forma diferente, pero siempre bajo los cimientos de la amistad, la comprensión y la adaptación del uno al otro.

Demasiadas cosas se aprenden en el mundo de la pareja, como dijo Eddy Cantor: “El matrimonio es tratar de solucionar entre los dos, problemas que nunca hubieran surgido al estar solo”.